viernes, 2 de marzo de 2007

HACIA UNA NUEVA VISIÓN DEL MUNDO [Parte 3]

EL DEVENIR DE LA MATERIA.


“Ver, oír, tocar, son milagros.
Y cada una de las partes y aspectos de mi cuerpo
es un milagro.
Divino soy por dentro y por fuera
y santifico todo cuanto toco y me toca..”
Whitman


Eso que hemos llamado “materia”, nos concierne. Tenemos una relación entrañable con ella. Queremos perseverar en ella. Esa es la inmortalidad que anhelamos: ver, oír, tocar, como dice Whitman.

La materialidad del mundo es abrumadora, por todas partes nos sale al encuentro modelando nuestra más inmediata cotidianidad, la “del cuerpo y de las cosas que están al alcance de la mano”, cosas tales como la materia, la vida y el universo mismo, aunque suene extraño decirlo.

Dentro de la visión del mundo Platónico-cristiana, que ha perdurado a lo largo y ancho de los milenios, y que tuvo su legitimidad justo hasta los albores del siglo XX, ella, la materia, ha sido la fuente de toda vergüenza y de toda culpa. Bajo la sombra de un Platón cristianizado, hemos asumido con pesadumbre y resentimiento un cuerpo atravesado por el deseo y dirigido a la muerte.

Y esto, por asombroso que hoy nos parezca, tuvo sus razones.

Si miramos hacia atrás en la amplitud del tiempo, podemos decir que durante la mayor parte del proceso de humanización desde que nos bajamos de los árboles por allá en “la noche de los tiempos” y comenzamos a caminar erguidos, hasta hace muy poco, tuvimos una relación con la materia que dependía exclusivamente de nuestras posibilidades sensoriales biológicas.

Pero la física del siglo XX que nos hizo flotar entre dos abismos: los confines del universo y los confines de la materia, lo trastornó todo.

Por primera vez estamos caminando, con los ojos abiertos de la ciencia y no con los ojos cerrados de la fe, por una auténtica terra incógnita.

El mundo cuántico nos ha introducido en la experiencia de una materialidad cuyas leyes son por completo diferentes a las del mundo de nuestra percepción sensorial directa. Y hemos visto cómo, más allá del umbral de nuestra percepción, se abre, esplendorosa, una nueva región de realidad. Escuchando sus rumores nos hemos quedado perplejos: la materia no solamente es invisible, sino imperceptible, en toda la extensión de la palabra.

Los primeros balbuceos de este pensar poetizante, en la tentativa de nombrar esta materialidad pueden darnos una idea de su extrañeza:

“La materia no existe sino que tiene tendencia a existir”.

“La materia no es. Sucede”

“La materia es un acontecimiento musical”

“Las partículas subatómicas son entidades que revolotean esquivamente
al borde de la existencia”

Y finalmente la más hermosa de todas las “definiciones”, la que bien podría considerarse “el cántico de la cuántica”:

“La materia es un retozar de la nada”.


La estamos mirando no como estructura sino como proceso. No desde la orilla de la espacialidad que puede sugerir garantías de permanencia y estabilidad, sino desde esa otra dimensión del tiempo, inasible, sin bordes, y a menudo dolorosa, en tanto no ofrece ningún abrigo a nuestro conmovedor anhelo de perdurar.


Así, desde la física, no desde la religión o la filosofía, aprendemos a decir con Píndaro:

¡Oh alma mía!
No aspires a la inmortalidad.
Conténtate con agotar lo posible.



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Hagamos un breve recorrido por estos nuevos territorios.

Al explorar el mundo cuántico lo primero que encontramos es una inmensa pequeñez. Pero, qué tan inmensa es esa pequeñez?

Si nos asomamos por un momento a los abismos del tiempo y del espacio en esa región de realidad, podemos vislumbrar el fundamento de los cambios tan dramáticos a los que estamos asistiendo.

El mundo cuántico comienza justo allí donde sucumbe nuestra percepción sensorial biológica, y experimentamos las duraciones que están por debajo del segundo y los tamaños que están por debajo del punto.

Estas son las zonas por debajo del umbral de nuestra experiencia sensorial directa (Macro) que a lo largo del siglo pasado hemos trasegado con nuestra tecnología:


Horadando el segundo y el punto nos hemos asomado a los abismos del tiempo y también del espacio. Pensamos y actuamos en el dominio de nanómetros y nanosegundos, de femtómetros y femtosegundos...

Estas no son meras cifras. Si nos detenemos un poco a pensarlas nos abruma el vértigo. Exploremos, por ejemplo la distancia en tiempo que hay entre un femtosegundo y un segundo. Esto hay que decirlo muy despacio:

En el mundo cuántico un femtosegundo es a un segundo
lo que en el mundo macro un segundo es a 32 millones de años.

Ahora, si consideramos el attosegundo, o sea, un segundo dividido un millón de millones de millones de veces, uno se pregunta cómo llamar a ese lapso de tiempo, “duración” y cómo pensarla o imaginarla. Sólo entonces es posible “entender” la inusitada y desafiante definición de Borh:

“La materia no existe, tiene tendencia a existir...”

Por otra parte si tenemos en cuenta que la duración del universo (15 millardos de años)
* calculada en segundos es 1017 segundos, resulta que hay entre el attosegundo (10-18) y el segundo una distancia en tiempo mayor que la transcurrida entre el Big Bang y el momento actual.

Es como si hubiéramos entrado en otra dimensión donde están perdidos los referentes fundamentales de nuestra identidad, en la experiencia de duraciones, tamaños, velocidades, direcciones, distancias y texturas.

Esto es lo que hizo decir a Bohr en una memorable frase:

“Cuando el que oye hablar de física cuántica no queda sumamente confundido es porque no ha entendido nada”.

Pero las diferencias en el comportamiento de la materia en ese mundo bizarro no se agotan en los tamaños y en las duraciones...

Allí, una partícula puede encontrarse en dos sitios diferentes a la vez.

Un electrón puede llegar a un sitio por dos caminos distintos a la vez

Si una partícula sabe dónde está no sabe para dónde va, y a la inversa, si sabe para dónde va no sabe dónde está. Este es el principio de incertidumbre que rige inexorable en el mundo cuántico.

Una partícula puede desaparecer de un lugar y aparecer en otro lugar sin haber elaborado un recorrido, gracias al llamado efecto túnel.

En ese “lugar” un gato puede estar vivo y no vivo a la vez, según el famoso experimento mental (gedanken) de Schrödinger.

No es extraño que con ese conocimiento estemos haciendo levitar trenes como si fueran plumas, cortando metales y horadando diamantes con un rayo de luz, o mirando el interior de una caja sin abrirla ni tocarla.

Lo cierto es que allí, en ese extraño mundo, nos sentimos confundidos. Ya no sabemos lo que somos y mucho menos lo que podemos ser.

Esa materialidad silenciosa y liviana está haciendo emerger una tecnología que sin duda tiene todas los signos de su origen: transparencia, levedad, velocidad de los procesos, abolición de distancias y silencio, mucho y exquisito silencio, si la comparamos con el estruendo de la tecnología industrial basada en la física de Newton.

Hay una buena manera de comprender este acontecimiento, del que todavía no somos contemporáneos en tanto no nos hemos detenido a pensarlo, y es a través de las palabras de un personaje llamado “Cuadrado” por Abbott en su novela Planilandia, cuando intenta mostrar lo que sería para una criatura bidimensional la experiencia de moverse en un universo tridimensional. Estas palabras pueden dar cuenta de las dificultades que encontramos para acceder a fenómenos que se producen en una región de realidad donde la materia se comporta de acuerdo con unas leyes que no corresponden a las del mundo de nuestra experiencia cotidiana:

Me invadió un horror indescriptible.
Primero todo se oscureció.
Luego una sensación de ver que no era como ver
y que me hizo sentir enfermo y mareado.
Vi una línea que no era una línea
Un espacio que no era un espacio
Me vi a mí mismo que no era yo.
Cuando recobré la voz, grité fuerte,
sintiéndome agonizar:
“esto es la locura o el infierno”
-ni una cosa ni otra- contestó con calma la voz de la esfera:
es el conocimiento, es la tercera dimensión,
abre los ojos otra vez y trata de mirar tranquilamente.

De igual manera, hoy podríamos decir con plenitud y sin miedo:

La Realidad Virtual, el Ciberespacio, la Transgenia, la Clonación, la Vida Artificial, los Robosapiens, y todas las nuevas entidades que continua y vertiginosamente están emergiendo ante nuestros ojos, no son la locura o el infierno. Son el conocimiento. Así que, Abramos los ojos otra vez y tratemos de mirar serenamente.

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Reconocer lo nuevo en tanto nuevo implica una disponibilidad especial porque lo nuevo se comprende primero en un horizonte definido por lo viejo.

Para explorar lo que no se conoce no se puede disponer de un camino seguro. De nada sirve estar preparados. Porque uno se prepara para lo conocido. Para lo desconocido hace falta más bien, estar disponibles, esto es: con oídos nuevos para una música nueva, como enseñó Nietzsche en el siglo XIX.

La tecnología contemporánea vuela las tapas de la imaginación. Se ha producido una “vuelta copernicana” de magnitudes insospechadas. Si la fe consistía en “creer lo que no vemos” hoy las tres grandes revoluciones tecnológicas del pasado y del presente siglo: informática, ingeniería genética y nanotecnología, desafían nuestra razón y nos vemos abocados a hacer un verdadero esfuerzo para poder creer en lo que vemos.

La Informática es una tecnología silenciosa que está desmaterializando el mundo y aboliendo la distancia. Su tendencia a no ocupar lugar y a no pesar se evidencia en la tentativa de acomodar el mayor número de cosas en el menor espacio posible. Por medio de ella hemos sacado literalmente los sentidos del cuerpo:

Con la Realidad Virtual, nuestra mano toca cosas que ya no existen o que aún no existen. Podemos pasearnos por el interior de un edificio que aún no ha sido construido o recorrer un monasterio que ya no existe porque fue consumido por las llamas en el siglo XVII.

La Telepresencia crea un nuevo estado de conciencia: la experiencia de estar presente en un lugar remoto. Nos permite llevar a cabo acciones físicas tan precisas como una cirugía, transmitiendo nuestra presencia con sus posibilidades multisensoriales de percepción y acción.

A través de la Inteligencia Artificial escuchamos el sorprendente diálogo de un cerebro de carbono que conversa con un cerebro de silicio, juega ajedrez con él y puede incluso y a menudo ser derrotado.

Por la magia del Ciberespacio, el territorio de lo permanentemente efímero donde quedan abolidos los bordes geográficos y es la vida misma la que está siendo des-localizada, es posible mantener abierta una increíble conversación de la humanidad consigo misma en tiempo real.

Nuestro cuerpo antes opaco se ha vuelto transparente con las técnicas de Imaginería Médica como el TEP, (tomografía por emisión de positrones) que permite explorar exhaustivamente hasta donde se quiera un cuerpo vivo o muerto sin necesidad de tocarlo. Con el bisturí de luz (láser) es posible llevar a cabo operaciones tan complejas como las neurocirugías que sin taladrar nuestro cráneo se adentran en el cerebro y lo tocan precisa y limpiamente.

Y para terminar este breve recorrido, es bueno recordar que la vida ha empezado a evolucionar también en el silicio y está borrando las fronteras entre los organismos y las máquinas.

La vida in sílico: una diferente manera de estar vivo, es la forma de vida más reciente en el planeta. Ya está emergiendo de los laboratorios bajo la figura del robosapiens, esa nueva especie terrestre dentro de la cadena evolutiva.

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Somos primitivos de una nueva sensibilidad. Asistimos, después del estruendo industrial, a las silenciosas conversaciones de la telemática

Ninguna de estas cosas es la locura o el infierno. Es necesario reconocerlas primero, más allá de juicios y prejuicios, para poder responder creativamente en el ámbito de los valores, los sentidos y las finalidades, con una mente amplia y una soberana libertad.

Todos nosotros, ahora más que nunca, necesitamos:


“Oídos nuevos para una música nueva,
ojos nuevos para lo más lejano.
Una conciencia nueva para verdades
que hasta ahora han permanecido mudas...
Guardar junto a la fuerza propia,
el entusiasmo propio, el respeto a sí mismo,
el amor a sí mismo,
la libertad incondicional frente a sí mismo.”
Nietzsche

* un millardo representa una cantidad de mil millones

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