viernes, 2 de marzo de 2007

HACIA UNA NUEVA VISIÓN DEL MUNDO [Parte 2]

EL UNIVERSO


todo cuanto hay en los cielos es permanente e inmutable
Aristóteles


Pero porque estar aquí es mucho
y según toda apariencia
lo que es de aquí nos requiere.
Todo esto efímero
qué extrañamente nos concierne
a nosotros los más efímeros.”

Rilke


El pensamiento cosmológico contemporáneo nos ha hecho habitar el universo de otra manera, no el universo quieto y profundamente silencioso de los antiguos que hizo decir a Pascal: “El silencio profundo de los espacios siderales me aterra”. Sino un universo inquieto e inquietante “donde cada día nacen soles y se desvanecen mundos”. Un universo que literalmente silba, crepita y cruje.

Hasta donde sabemos somos la única especie que levanta la cabeza para mirar las estrellas y este es quizá el gesto humano más antiguo.

Uno se imagina el asombro primordial de nuestros más remotos antepasados al contemplar esas luces brillando a lo lejos en medio de la vastedad de una noche genuina, no iluminada por la luz eléctrica. Solo eso, luces brillando a lo lejos, primera percepción del universo. Salvo los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno que se dejan ver a ojo desnudo y que se mueven, todo allá arriba quieto “celebrando el misterio de la inmovilidad absoluta”.

El impacto de esta percepción sobre la sensibilidad humana constituyó sin duda el paradigma de lo firme, de lo permanente, de lo siempre igual a sí mismo. De allí el hermoso nombre que le fue dado: firmamento.

El universo mismo como referente de la inmovilidad y de la permanencia.

De inmediato se hace evidente el violento contraste con la incesante movilidad de lo terrestre donde todo cambia, nace, decae, muere. Donde las cosas vienen y van en el transcurso de una vida que también viene y va.
Esta dolorosa perplejidad fue expresada con maestría y de una manera conmovedora hace ya varios siglos por un anónimo indio tarasco en la América precolombina:

Mirando la cruz del sur
mi corazón recuerda muchas cosas
cuando veo brillar las cuatro estrellas.
Ellas siempre saldrán, yo me estoy yendo
no volveré jamás, yo me estoy yendo...


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“El cielo profundo es de todas las impresiones visuales la que más se parece a un sentimiento” había dicho Coleridge.

Así, esta primera experiencia visual, este sentimiento humano originario, marca la manera de ser en el mundo, configura el primer valor desde el cual todos los demás se van a constituir: la estabilidad.

Nuestras más arraigadas convicciones están basadas en la experiencia visual de un universo profundamente quieto.
En torno a ella se configuraron los valores fundamentales de nuestra visión del mundo: todos ellos bajo la sombra de la inmovilidad y de una actitud despectiva ante lo transitorio y efímero, actitud que aún continua vigente en nuestra manera de interpretar lo real.
La resistencia ante los cambios radicales a los que estamos asistiendo se sostiene allí. De allí procede también la necesidad de atacar lo nuevo sin hacer ningún intento por comprender.
Esa resistencia emocional a los cambios, limita y delimita, por más elaborada que ella sea, la interpretación “intelectual” del mundo.

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Pero las cosas han cambiado. La vivencia asombrada y dolorosa de lo efímero frente a la vasta quietud del firmamento que hizo decir a Heidegger: “quién apresará en el tiempo errante algo permanente y lo hará detenerse en una palabra de nuestra boca?”, ha cedido su lugar a la de un universo inestable, dinámico y desencadenado, violento a veces y a veces suave, pero siempre en constante proceso de transformación.

El universo mismo como totalidad está inmerso en el proceso de la evolución. Comenzó, según el relato de la cosmología científica contemporánea, hace 13.700 millones de años, con la “gran explosión” (Big Bang) y llegará a su final por frío y lejanía en la desoladora figura de la muerte térmica o en la catastrófica y caliente del “gran crujido” (Big Crunch). Incertidumbre expresada por Robert Frost con estas palabras:

Unos dicen que el mundo acabará en fuego
otros dicen que en hielo.
Por lo que he saboreado del deseo
me pongo a favor del fuego.

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La ciencia contemporánea, gracias al conjunto de sus tecnologías emergentes, nos ha convertido en “viajeros quietos”. Sin movernos podemos tomarle la temperatura y el pulso a las estrellas, medir el tamaño de las estructuras cósmicas y también las inmensas distancias que las separan.

Habitamos un universo excéntrico (sin centro) poblado de objetos y procesos insólitos que desafían nuestra razón: novas, supernovas, hipernovas, agujeros negros, quasares, pulsares... y organizado en forma de estructuras nunca antes vistas, ni siquiera presentidas, tales como:


- Galaxias: reuniones de cientos de miles de millones de estrellas alrededor de algunas de las cuales orbitan planetas que recién ahora estamos descubriendo.

- Radiogalaxias: extraños objetos que no brillan en radiación óptica sino en radio, es decir, no se ven sino que suenan.

- Cúmulos de galaxias: en los cuales la gravedad reúne galaxias y las mueve como si fueran planetas.

- Supercúmulos galácticos: inmensos cúmulos de cúmulos que están atrapados gravitacionalmente en torno a un centro.


Hacia finales del siglo pasado la llamada Astronomía Observacional detectó estructuras colosales a gran nivel, verdaderas paredes construidas con galaxias tales como La Gran Muralla, o El Gran Muro, que están separadas unas de otras por grandes vacíos, como El Vacío del Boyero.

Empleando una bella imagen los científicos han concluido que a una gran escala en el universo las galaxias se agrupan alrededor de los bordes de unas burbujas invisibles.

Recientemente los cosmólogos en sus “viajes quietos” también detectaron que la mayor parte del universo observable está siendo atraída en dirección a Hidra del Centauro por una poderosa fuerza desconocida que ha sido llamada el Gran Imán o Gran Atractor.

Conocemos nuestro lugar en el universo:

Habitamos un planeta que gira alrededor de una estrella (el sol) que a su vez gira alrededor de un centro galáctico en la Vía Láctea, la cual gira en torno al centro de un cúmulo (Grupo Local) que gira en el interior de un supercúmulo galáctico, (Virgo) el cual se está moviendo en dirección a Hidra del Centauro.

¿Cuál quietud? ¿Qué nos queda del firmamento?

Por otra parte, el universo se comporta de una manera sorprendente. Una leve mirada, aún al objeto más cercano que es la luna, convierte automáticamente nuestros ojos en máquinas del tiempo para viajar sensorialmente al pasado.

Inevitablemente todo lo que hay en él lo percibimos como era y nunca como es en el momento en que miramos.

Una extraña ley se cumple allí: avanzar en el espacio es retroceder en el tiempo. Debido a que la velocidad de la luz es constante y no puede ser sobrepasada, cuando miramos en dirección al sol, que es la estrella más cercana, la luz, que nos cuenta de su existencia, para llegar hasta aquí y viajando a 300 mil kilómetros por segundo se demora poco más de 8 minutos. Entonces no lo estamos viendo nunca como es sino tal como era hace 8 minutos. Inclusive si explotara en el momento en que miramos, la noticia y los efectos de la explosión tardarían 8 minutos en llegar hasta nosotros. Esta es la gran paradoja: La luz nos trae noticias del pasado.

Si miramos en dirección a Andrómeda, que es una galaxia perteneciente a nuestro Cúmulo, es decir, está aquí, a la “vuelta de la esquina”, apenas a dos millones de años luz, la vemos -no la imaginamos sino que la percibimos sensorialmente- tal como era hace dos millones de años, tiempo que se demora la luz para llegar hasta nosotros. Dicho en otras palabras, cuando la luz que vemos ahora emprendió su viaje, el homo habilis, el primer homínido del género homo, apenas empezaba a caminar sobre la tierra.
Esto nos da una idea de las distancias y el tamaño del universo.

Con la tecnología más reciente estamos percibiendo objetos que están a miles de millones de años luz de nosotros. Muchos de esos objetos ya no existen cuando nosotros los miramos y nosotros, que los estamos mirando, no existíamos cuando ellos eran tal como hoy los percibimos.

A escala cósmica no hay tiempo presente

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Esta nueva comprensión del universo nos enseña a pasar, a asumir nuestra propia muerte sin lamentarnos, porque no hay referentes de permanencia. Las estrellas también se apagan, ellas no siempre saldrán, no vivirán para siempre, más aún, muchas veces lo que estamos mirando en el “firmamento” es, extraña y hermosamente, “la luz de las estrellas muertas”.

Lo trágico no es que las cosas pasen sino amarlas como si no pasaran”
*

El dolor por la muerte, que ensombrece la vida, es un excedente que ponemos nosotros.

Ese “TODO PASA” dicho desde la ciencia nos invita a desaferrarnos, a soltar, a volvernos livianos, a aceptar sin lamentos nuestra condición humana en tanto es interpelada por el universo mismo.

Entonces, aquí y ahora, podemos decir con el poeta japonés Kakuso:

Permítasenos soñar
con lo que se desvanece
y demorarnos
en la hermosa
simplicidad de las cosas
.

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El siglo XX nos entregó un universo que desborda ampliamente las más audaces imaginaciones de nuestros antepasados, del siglo XIX para atrás.

Sin embargo en los albores del tercer milenio y de acuerdo con las últimas noticias del cosmos esos modelos que describen la estructura global del universo y su evolución, se tambalean.


Este gráfico ilustra el estado actual de nuestros conocimientos:


Todo lo que sabemos -y sabemos mucho- está contenido en la pequeña porción amarilla, que representa la totalidad de la materia tal como la conocemos: la materia atómica que brilla en el espectro electromagnético.

Esto significa que todo lo que podemos ver oír y tocar, es decir, la materia de la que estamos hechos y de la que está hecho el mundo de nuestra experiencia multisensorial, constituye tan sólo un 4% de la totalidad.

La porción roja representa una masa exótica, completamente extraña. No sabemos de qué está hecha porque no tiene estructura atómica. Es la materia sombría o la masa perdida del universo y ha sido detectada por sus efectos gravitatorios.

La porción verde representa una misteriosa energía, omnipresente en el espacio, que está acelerando la expansión del universo, actuando en contra de la fuerza de gravedad, y de la que no tenemos, por el momento, ni la menor idea. Es “conocida” como energía oscura o quintaesencia.

Así, según el relato de la Cosmología Científica contemporánea, la estructura del universo depende esencialmente de una materia y de una energía de las que nosotros no conocemos nada. Es como si un mundo invisible dirigiera el mundo visible desde la sombra.
No tenemos ninguna idea de la naturaleza del 96% de los constituyentes del Universo. No vemos lo que pasa ni lo que se encuentra a nuestro alrededor.

En consecuencia, de ninguna manera estamos llegando al final de esa aventura del conocimiento, que constituye la empresa propia de nuestra especie.
Lo que ocurre no es, como piensan algunos ingenuamente, que ya no queda nada o casi nada por conocer, y por lo tanto podemos quedarnos repitiendo interminablemente lo que ya sabemos, sino todo lo contrario: apenas estamos dando los primeros pasos en nuestra exploración del Universo.

Sin duda, el desafío de nuestra época puede expresarse con las palabras de Heidegger:

Hay que aprender a mirar,
en la amplitud de lo lejano,
la fuerza silenciosa de lo posible.

* Agustín, obispo de Hipona

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