LA ANDADURA DE LA VIDA
Imaginemos resumir en un día la duración de nuestro planeta. A esta escala cada minuto vale tres millones de años:
La tierra se forma a las cero horas en la medianoche. A las 4 de la madrugada las algas y las bacterias proliferan ya en los mares templados. Los primeros moluscos y crustáceos sólo se constituyen al anochecer hacia las 18 ó 19 horas.
Los dinosaurios entran en escena hacia las 23 horas y salen 40 minutos más tarde.
Durante los últimos 20 minutos los mamíferos invaden el planeta y se diferencian rápidamente. Nuestros antepasados primates aparecen en los últimos 10 minutos y ven como su cerebro triplica el volumen durante los 2 últimos minutos.
En estas condiciones parece prudente coronar nuestra pirámide con un signo de interrogación
Hubert Reeves
En el horizonte de la evolución nada es nunca lo último.
Todo lo que hay en un momento dado es siempre lo más reciente.
Se sabe que el 99% de las especies que han existido se extinguieron y las que hoy existen -el 1% del total- no existieron antes.
En la línea ancestral que conduce hasta los humanos ha habido en los últimos 5 millones de años una docena de especies diferentes, todas ellas extintas, salvo nosotros que hoy somos los únicos homínidos que caminamos sobre la faz de la tierra.
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El relato de la andadura de la vida desde sus orígenes hasta el momento actual es uno de los más bellos y asombrosos de todos los que ha construido el pensamiento científico contemporáneo.
El calendario de sus orígenes se remonta a un horizonte muy lejano en el tiempo.
Hace 3.800 millones de años surge la vida como una propiedad emergente de la materia, en un planeta que empezó a formarse hace 4.600 millones en uno de los brazos exteriores, -brazo de Orión- de una galaxia, -Vía Láctea- que a su vez comenzó hace 10 mil millones de años, en un universo cuyo origen se remonta a 13.700 millones de años.
Este nuevo conocimiento trastorna de una manera profunda nuestra Visión del mundo y conmueve los cimientos que la sostienen al ampliar hacia atrás, de una manera inusitada, los horizontes del tiempo.
Hasta hace menos de dos siglos esta mirada retrospectiva abarcaba un lapso sumamente corto de tiempo. El arzobispo de Irlanda, James Ussher en el siglo XVII, sostenía, con toda seriedad y muy bien fundamentado en la revelación, que el universo había nacido –tal cual- con hombres, animales plantas y fósiles el jueves del 23 de octubre del año 4004 AC a las 6 de la mañana. También calculó que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso el lunes 10 de noviembre del mismo año.
Imaginemos resumir en un día la duración de nuestro planeta. A esta escala cada minuto vale tres millones de años:
La tierra se forma a las cero horas en la medianoche. A las 4 de la madrugada las algas y las bacterias proliferan ya en los mares templados. Los primeros moluscos y crustáceos sólo se constituyen al anochecer hacia las 18 ó 19 horas.
Los dinosaurios entran en escena hacia las 23 horas y salen 40 minutos más tarde.
Durante los últimos 20 minutos los mamíferos invaden el planeta y se diferencian rápidamente. Nuestros antepasados primates aparecen en los últimos 10 minutos y ven como su cerebro triplica el volumen durante los 2 últimos minutos.
En estas condiciones parece prudente coronar nuestra pirámide con un signo de interrogación
Hubert Reeves
En el horizonte de la evolución nada es nunca lo último.
Todo lo que hay en un momento dado es siempre lo más reciente.
Se sabe que el 99% de las especies que han existido se extinguieron y las que hoy existen -el 1% del total- no existieron antes.
En la línea ancestral que conduce hasta los humanos ha habido en los últimos 5 millones de años una docena de especies diferentes, todas ellas extintas, salvo nosotros que hoy somos los únicos homínidos que caminamos sobre la faz de la tierra.
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El relato de la andadura de la vida desde sus orígenes hasta el momento actual es uno de los más bellos y asombrosos de todos los que ha construido el pensamiento científico contemporáneo.
El calendario de sus orígenes se remonta a un horizonte muy lejano en el tiempo.
Hace 3.800 millones de años surge la vida como una propiedad emergente de la materia, en un planeta que empezó a formarse hace 4.600 millones en uno de los brazos exteriores, -brazo de Orión- de una galaxia, -Vía Láctea- que a su vez comenzó hace 10 mil millones de años, en un universo cuyo origen se remonta a 13.700 millones de años.
Este nuevo conocimiento trastorna de una manera profunda nuestra Visión del mundo y conmueve los cimientos que la sostienen al ampliar hacia atrás, de una manera inusitada, los horizontes del tiempo.
Hasta hace menos de dos siglos esta mirada retrospectiva abarcaba un lapso sumamente corto de tiempo. El arzobispo de Irlanda, James Ussher en el siglo XVII, sostenía, con toda seriedad y muy bien fundamentado en la revelación, que el universo había nacido –tal cual- con hombres, animales plantas y fósiles el jueves del 23 de octubre del año 4004 AC a las 6 de la mañana. También calculó que Adán y Eva fueron expulsados del paraíso el lunes 10 de noviembre del mismo año.
John Lightfoot, de la universidad de Cambridge, uno de los más eminentes estudiosos de los textos hebreos de su tiempo (siglo XVIII) fue igualmente preciso pues estableció, que el cielo, la tierra y el hombre fueron creados por la trinidad el 23 de octubre del año 4004 antes de Cristo a las nueve de la mañana.
Este calendario, que sin duda nos hace sonreír, estuvo vigente hasta principios del siglo XIX y muestra de una manera muy clara el conocimiento que entonces se tenía del mundo.
Un mundo reciente, donde la vida había sido colocada tal cual desde el comienzo.
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Nuestro conocimiento, que no procede de la revelación sino de la investigación científica, ha trastornado y conmovido hasta los cimientos esta antigua manera de habitar el mundo.
Si empezamos a retroceder un poco en la amplitud del tiempo avizorada hoy por las Biociencias, encontramos en un rápido viaje la forma como se ha ido tejiendo la trama de la vida:
“Bajemos la oscura escalera por donde ascendió la raza. Encontrémonos al final en los peldaños inferiores del tiempo, resbalando, patinando, revolcándonos entre escamas y aletas, en el fango y el cieno de donde surgimos. Pasemos entre gruñidos y silbidos sordos por debajo del último árbol de helecho. Flotemos ciegos y sordos en las aguas primigenias. Sintamos la luz solar que no podemos ver y extendamos tentáculos sorbedores hacia los sabores vagos que flotan en el agua”.
Loren Eiseley
Hacia atrás, hace 3 mil ochocientos millones de años (Eón arcaico) aparecen las primeras formas de vida: bacterias y arqueobacterias. (células sin núcleo o procariotas).
Hace 2 mil millones de años comienza la gran Revolución Eucariota (células con núcleo a cuya estirpe pertenecemos).
Los organismos multicelulares: animales, plantas y hongos, emergen en un movimiento evolutivo hace 570 millones de años, en la gran explosión del cámbrico, que instaura en el planeta la presencia de la “vida visible” (Era fanerozoica). Esto significa que durante la mayor parte del tiempo, 3 mil millones doscientos mil años, la vida se mantuvo en lo invisible (Era criptozoica, o de la vida oculta).
Aquí es necesario hacer una pausa. Porque es importante saber que toda la vida invisible y las primeras formas de vida visible –organismos multicelulares- emergieron y se mantuvieron dentro del agua durante 3 mil millones cuatrocientos mil años.
Hace apenas cuatrocientos millones de años la vida comenzó a salir del agua explorando y colonizando, bajo la figura de los anfibios, la plataforma terrestre.
Los reptiles abren su calendario hace 320 millones de años, entre ellos los dinosaurios que lo cierran hace apenas 65 millones.
Los mamíferos se remontan a 200 millones de años.
Los primates comenzaron a existir apenas hace 35 millones de años.
Sobre la faz de la tierra no había ningún homínido hace 7 millones de años.
Y, finalmente (?), hace 160 mil años aún no existíamos nosotros los seres humanos.
En el amplio calendario de la vida, nosotros los homo sapiens sapiens, acabamos de llegar y no estamos aquí para quedarnos en calidad de ser los últimos sino más bien para asumir nuestra presencia como una de las formas más recientes de vida.
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Lo extraño es que la mayoría de las personas que conocen la teoría de la evolución y la aceptan, suponen que los procesos evolutivos sólo comprometen a la vida, es decir, pertenecen exclusivamente al dominio de la biología.
Pero lo cierto es que la vida no evoluciona en un planeta quieto.
Si echamos una mirada retrospectiva encontramos lo siguiente:
Hace 4 mil quinientos millones de años, en los primeros días de la tierra (Eón hadeense), apenas se estaba formando, en medio de una increíble violencia, el manto terrestre.
La corteza se había solidificado ya hace 3 mil ochocientos millones de años cuando la materia emprendió un camino diferente y emergió en el planeta la vida:
Hace 2 mil millones de años comienza la gran Revolución Eucariota (células con núcleo a cuya estirpe pertenecemos).
Los organismos multicelulares: animales, plantas y hongos, emergen en un movimiento evolutivo hace 570 millones de años, en la gran explosión del cámbrico, que instaura en el planeta la presencia de la “vida visible” (Era fanerozoica). Esto significa que durante la mayor parte del tiempo, 3 mil millones doscientos mil años, la vida se mantuvo en lo invisible (Era criptozoica, o de la vida oculta).
Aquí es necesario hacer una pausa. Porque es importante saber que toda la vida invisible y las primeras formas de vida visible –organismos multicelulares- emergieron y se mantuvieron dentro del agua durante 3 mil millones cuatrocientos mil años.
Hace apenas cuatrocientos millones de años la vida comenzó a salir del agua explorando y colonizando, bajo la figura de los anfibios, la plataforma terrestre.
Los reptiles abren su calendario hace 320 millones de años, entre ellos los dinosaurios que lo cierran hace apenas 65 millones.
Los mamíferos se remontan a 200 millones de años.
Los primates comenzaron a existir apenas hace 35 millones de años.
Sobre la faz de la tierra no había ningún homínido hace 7 millones de años.
Y, finalmente (?), hace 160 mil años aún no existíamos nosotros los seres humanos.
En el amplio calendario de la vida, nosotros los homo sapiens sapiens, acabamos de llegar y no estamos aquí para quedarnos en calidad de ser los últimos sino más bien para asumir nuestra presencia como una de las formas más recientes de vida.
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Lo extraño es que la mayoría de las personas que conocen la teoría de la evolución y la aceptan, suponen que los procesos evolutivos sólo comprometen a la vida, es decir, pertenecen exclusivamente al dominio de la biología.
Pero lo cierto es que la vida no evoluciona en un planeta quieto.
Si echamos una mirada retrospectiva encontramos lo siguiente:
Hace 4 mil quinientos millones de años, en los primeros días de la tierra (Eón hadeense), apenas se estaba formando, en medio de una increíble violencia, el manto terrestre.
La corteza se había solidificado ya hace 3 mil ochocientos millones de años cuando la materia emprendió un camino diferente y emergió en el planeta la vida:
“Ese fenómeno físico
que cabalga sobre la materia
como una ola extraña y lenta”…
según la hermosa definición de Lynn Margulis.
Realicemos un experimento mental (gedanken) que nos permita asistir a los procesos evolutivos de una manera más concreta:
Imaginemos nuestro planeta hace 3 mil ochocientos millones de años.
¿qué es lo que vemos?
Nada más que un inmenso desierto mineral y un vasto océano.
Ninguna planta, ningún animal, ningún liquen adherido a las rocas.
Ni algas verdes, ni musgo...
La luna está más cerca de la tierra, se ve más grande y su velocidad es mucho mayor. Los días son más cortos. Un día dura 18 horas porque la luna aún no ha ralentizado la rotación de la tierra.
Así, para nuestra sorpresa, ni siquiera la duración de los días ha sido siempre la misma.
Una luna inmensa, más cercana a la tierra, un diferente cielo estrellado, un sol cuyo brillo es mucho más tenue (30% menos), una atmósfera sin oxígeno (el oxígeno es el desecho de la fotosíntesis), sin capa de ozono, un planeta desolado y violento nos indican con toda claridad, aunque ello nos apesadumbre, que las cosas no serán iguales a como son ahora precisamente porque nunca fueron iguales a como son ahora.
El mundo era diferente en el pasado y será diferente en el futuro.
No somos los últimos sino los más recientes, y en este horizonte nuestra Visión del mundo tiene que cambiar.
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Pero 3800 millones de años es una fecha muy lejana, no retrocedamos tanto. Detengámonos en el calendario nada más que hace 400 millones de años, es decir, ayer.
En esa época la vida no había salido del mar, y si pudiéramos en una fecha tan reciente mirar el planeta, sin duda no lo reconoceríamos.
No había selvas, ni bosques, ni praderas.
Ni una brizna de hierba.
La vida aún no había pintado de verde el planeta, no lo había coloreado con la exhuberancia de las flores, que emergen apenas hace 120 millones de años. Ni había creado la atmósfera de oxigeno con la capa de ozono tal como la conocemos hoy.
Porque lo cierto es que la vida, tal como es ahora, no surgió en el interior de un planeta dotado de una atmósfera propicia para albergarla. Sino todo lo contrario, fue la vida misma la que produjo al cabo de Eones de evolución esta atmósfera con oxigeno, propicia para nuestra forma de vida.
¿Cómo sonaba entonces el planeta tierra?
Ni el rumor del viento entre los árboles, ni el zumbido de los insectos, ni el crepitar de la madera consumida por el fuego, ni el canto de los pájaros...
Por ninguna parte se escuchaban los susurros y mucho menos la algarabía de la vida.
Apenas cuatrocientos millones de años atrás, no sólo no hubiéramos reconocido el planeta sino que tampoco podríamos avizorar esa deslumbrante y magnífica explosión de formas vivientes que caracterizan el período de la evolución llamado Revolución del Cambriano.
Ahora detengamos el calendario en un momento hace 200 millones de años y miremos el planeta desde la óptica de la geología. Encontramos lo siguiente:
Se ha desintegrado Pangea y están los continentes esparcidos.
Sudamérica y África unidas entre sí se encuentran en el Polo Sur. En ese mismo Polo están Italia, Grecia y Yugoeslavia.
India y Australia están en la Antártida, el resto de Europa está en el trópico, en el ecuador, cerca de Norteamérica y de un Asia partida en dos.
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¿Qué podemos concluir de este breve y apretado recorrido, si nos detenemos a pensar, con amorosa paciencia, como nos enseña Heidegger?
En primer lugar, que nos faltan ojos y oídos nuevos para comprender el pasado, pues nos imaginamos que al remontar con nuestra mirada el tiempo en esa dirección, encontraremos lo mismo pero sin nosotros.
Como si el mundo siempre hubiera sido como es hoy.
Allí, en esa ignorancia acerca de los más elementales conocimientos científicos de nuestro tiempo, se funda no sólo la convicción de que vinimos al mundo a cuidar el planeta para que no cambie sino también la sensación de culpa experimentada ante la más mínima alteración de lo que hay.
Instalados en este analfabetismo científico, estamos asumiendo una culpabilidad y una vergüenza a escala de la especie humana.
Nos reconocemos a nosotros mismos como una forma de vida depredadora y dañina, que está acabando con el planeta.
Y asumimos como nuestro deber detener los cambios que alteran la naturaleza. Como si la naturaleza fuera algo quieto e inmutable, desde siempre y para siempre.
Esta visión ecologista que se opone sin más a la transgenia, y en general el rechazo moralista e intelectual a la tecnología, bajo el “argumento” de un efecto fatalmente deshumanizador o deshumanizante, dan muy buena cuenta del analfabetismo científico y tecnológico en que nos encontramos hoy, no sólo en el dominio de los no ilustrados sino también y sobre todo, en el ámbito de la academia.
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Ser contemporáneo significa vivir a tiempo en el Tiempo. Asumir la plenitud de una época signada por cambios de una magnitud sólo comparables a los “jalones evolutivos” que nos antecedieron y cuyo recuento hemos venido haciendo.
Porque si permanecemos inmóviles, instalados en una visión del mundo que se fundamenta y legitima en una experiencia, sin duda hermosa, pero ya sobrepasada ampliamente por nuestra ciencia y nuestra tecnología, no es extraño que experimentemos como una trasgresión cada avance del conocimiento que pulveriza una frontera. Prueba de ello la encontramos en nuestra manera de valorar la clonación, ese “fruto prohibido” de la ingeniería genética.
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Lo que la biología molecular que se pone en marcha en la segunda mitad del siglo pasado (siglo XX) nos enseña acerca de la vida no tiene comparación con nada anterior.
La vida es información, escrita en un documento biológico, el genoma, con el alfabeto molecular del ADN, constituido sólo por 4 letras (adenina, timina, citosina y guanina).
A lo largo de los Eones y desde su origen, la vida escribe a todas sus criaturas con el mismo alfabeto. Desde una simple brizna de hierba, pasando por un ciprés, un rosal, una ballena, hasta un ser humano tan complejo como nosotros.
Desde esta perspectiva podríamos definir la Transgenia como un espacio biológico que conecta todas las criaturas vivas del planeta.
En este campo la nueva ingeniería de la vida está haciendo emerger un increíble poder al permitir el intercambio de información genética sin límite, hasta el punto de hacer tambalear el Orden de las especies, los géneros, las familias y aún los reinos de la naturaleza, inaugurando así experiencias impensables e inimaginables en otros tiempos.
En el territorio de la biología estamos pasando del reino de la Necesidad al reino de la Libertad.
Sin duda, el poder creciente de la ingeniería genética nos enfrenta a la perspectiva futura de ser capaces de cambiar la naturaleza de nuestra especie.
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Pero la noticia más sorprendente que nos trae la ciencia del siglo XX se refiere a la muerte.
Las primeras formas de vida no estaban dirigidas a la muerte como lo estamos nosotros porque no tenían en su genoma la apoptósis, que es el programa de la muerte celular.
Según el relato de la biología molecular, el envejecimiento y la muerte eran desconocidos en los albores de la vida y continuaron siéndolo durante miles de millones de años, hasta la gran Revolución del Cámbrico, cuando la vida recibe “el beso de la muerte” acontecimiento evolutivo a partir del cual el sexo mismo queda inscrito, desde su origen, en la corriente de la mortalidad.
De modo que, también aquí, en lo que nos parece más evidente: la muerte como contemporánea de la vida, el pensar poetizante de la ciencia contemporánea nos enseña que las cosas no siempre fueron como las encontramos hoy.
En el horizonte de la evolución nada se puede quedar quieto y nosotros no vinimos al mundo a cuidar las cosas para que no cambien.
Todo esto que miramos tan estable no es lo último sino lo más reciente.
Y cuando consideramos los tiempos tan vastos que nos antecedieron, descubrimos que apenas acabamos de llegar y nuestra pirámide está, como dice Reeves, coronada con un signo de interrogación
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Desde la segunda mitad del siglo XX se está produciendo ante nuestros ojos y sin estruendo, una nueva oleada evolutiva: el devenir artificial de la vida.
Bajo la sombra de la antigua visión del mundo que, por más extraño que nos parezca, todavía prevalece, seguimos considerando la tecnología como algo por completo diferente a la naturaleza y, peor aún, en abierta oposición a ella.
Asumimos lo cultural como sustancialmente diferente a lo natural.
Estamos también acostumbrados a identificar lo artificial con lo falso. Distinguimos por ejemplo las flores naturales de las flores artificiales, declarando a estas últimas como falsas en relación con las verdaderas.
Es cierto que a diferencia del vuelo de las aves, el avión representa un modo artificial de volar, pero esto de ninguna manera significa que sea un modo falso de volar, así como el automóvil no significa un modo falso de moverse, ni el computador un modo falso de pensar, ni la reproducción in vitro un modo falso de reproducirse, ni el ciberespacio un modo falso de comunicarse...
Quién dijo, y por qué tendríamos que creerle, que:
¿El ámbito de lo artificial designa lo falso por oposición a lo verdadero?
Nosotros no podemos salirnos de la evolución ni sobrepasar la naturaleza. Ningún ser vivo puede hacerlo. No sólo no es posible sino que quizá no sea deseable.
Es la naturaleza misma la que, a través de nosotros, y dentro de los procesos evolutivos, está inventando nuevas maneras de volar, de moverse, de reproducirse, de pensar, etc.
Aquí y ahora, en nuestros días, asistimos a un nuevo movimiento evolutivo.
El Eón fanerozoico que comenzó hace 500 millones de años, está tocando a su fin.
Son muchos los eventos que dan cuenta de ello:
La Reprogenética (reunión de la Biología reproductiva, la Genética molecular y la Criogenia) es quizá el dominio donde se producen los fenómenos más inquietantes, tales como:
Una persona puede nacer muchos años después de haber sido concebida.
La procreación de individuos de una especie como la nuestra se lleva a cabo más allá de la muerte y del nacimiento de los progenitores, es decir una persona puede engendrar hijos después de haber muerto o antes de haber nacido, más aún, sin haber nacido.
Ya se avizoran en el horizonte los “hijos de madres que nunca nacieron”.
Para decirlo con otras palabras: En el momento de la fecundación los progenitores pueden estar en otra parte, haber muerto ya, no haber nacido todavía o simplemente no llegar a nacer nunca.
Todos nuestros antepasados sin excepción, para reproducirse mantuvieron relaciones sexuales con un miembro del sexo opuesto, en nuestros días existen personas para las cuales esto ya no es cierto...
Seiscientos millones de años después de su invención la relación sexual ya no es un requisito para la reproducción.
La reproducción humana era un proceso misterioso oculto a la vista de todos, dentro del vientre de una mujer, hoy la fecundación se lleva a cabo, por primera vez, afuera, a la vista, in vitro, no en la penumbra de un cuerpo sino en la transparencia del vidrio...
En la evolución de nuestros ancestros la reproducción surge ligada al sexo. Ahora se ha suprimido el lazo entre la sexualidad misma y la reproducción.
La reproducción en los mamíferos, a cuya Clase pertenecemos puede ya efectuarse no sólo sin relación sexual, sino al margen de la sexualidad misma. Es decir sin fecundación. Sin acudir a las células germinales sino por replicación de células somáticas de cualquier tipo. En otras palabras la naturaleza a través de la clonación (caso Dolly) está haciendo ingresar por primera vez a las células somáticas en la corriente de la inmortalidad.
Por el camino –menos pensado- el de la Reprogenética, la naturaleza está inventando nuevas maneras de reproducirse. No falsas sino diferentes maneras de hacerlo. Ya no in vivo sino in vitro.
No deberíamos extrañarnos y mucho menos escandalizarnos ante una reproducción sin sexo como si estuviéramos comiendo un fruto prohibido.
No deberíamos atemorizarnos como si estuviéramos violando un orden establecido desde siempre y para siempre.
¿Por qué? Si sabemos que no siempre hubo sexo. Que el sexo llegó tarde al juego de la evolución y vino ligado a la muerte, la cual tampoco es contemporánea de la vida.
Ni uno ni otra son originarios. No estuvieron antes y posiblemente no estarán después.
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Por otra parte y como si esto fuera poco, a través de la Transgenia han empezado a medrar, en otra oleada de vida artificial, nuevas formas de vida en la materia, aunque todavía en el carbono, es decir basadas en el ADN.
El intercambio de información genética está haciendo emerger nuevas entidades vivientes tan extrañas y fascinantes como la papa-araña, (papa de la que se extrae tela de seda de araña) el ratón-medusa o ratón fluorescente, (ratón transparente portador de genes de medusa) la alfalfa sangrienta, (campos de alfalfa donde se cosecha sangre humana) la planta de tabaco-luciérnaga, (planta con genes de luciferasa que se encienden y apagan como las luces en un árbol de navidad) los ratones vegetales, la escherichia coli insulínica (bacteria que produce insulina humana) etc.
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Las nuevas tecnologías, fundadas en ciencias radicalmente nuevas, no sólo sobrepasan nuestra capacidad de entender e imaginar sino también, y de una manera irreversible, nuestra propia condición humana.
Este acontecimiento, -suavemente tecnológico-, está promoviendo la emergencia de una nueva especie terrestre de la cual somos primitivos y a la que bien podríamos llamar homo sapiens ciberópticus
La vida sobre la tierra no volverá a ser jamás como la hemos conocido.
El devenir artificial del mundo es el más reciente acontecimiento evolutivo. Y poder ser parte de esto, es un verdadero privilegio y no una desgracia como piensan muchos
En lugar de quejarnos, deberíamos asumir la plenitud de una época, tan rica en realidades y promesas. Y si aprendiéramos de nuevo a asombrarnos en lugar de escandalizarnos, cada uno de nosotros podría decir lo que dijo Aldoux Huxley en el siglo pasado:
A pesar del dolor y de la muerte,
y de todos los horrores que nos rodean,
este universo es válido...
y me embarga un sentimiento de intensa gratitud
por el privilegio de estar vivo
en un universo tan extraordinario,
tan maravilloso.
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Allí, en esa ignorancia acerca de los más elementales conocimientos científicos de nuestro tiempo, se funda no sólo la convicción de que vinimos al mundo a cuidar el planeta para que no cambie sino también la sensación de culpa experimentada ante la más mínima alteración de lo que hay.
Instalados en este analfabetismo científico, estamos asumiendo una culpabilidad y una vergüenza a escala de la especie humana.
Nos reconocemos a nosotros mismos como una forma de vida depredadora y dañina, que está acabando con el planeta.
Y asumimos como nuestro deber detener los cambios que alteran la naturaleza. Como si la naturaleza fuera algo quieto e inmutable, desde siempre y para siempre.
Esta visión ecologista que se opone sin más a la transgenia, y en general el rechazo moralista e intelectual a la tecnología, bajo el “argumento” de un efecto fatalmente deshumanizador o deshumanizante, dan muy buena cuenta del analfabetismo científico y tecnológico en que nos encontramos hoy, no sólo en el dominio de los no ilustrados sino también y sobre todo, en el ámbito de la academia.
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Ser contemporáneo significa vivir a tiempo en el Tiempo. Asumir la plenitud de una época signada por cambios de una magnitud sólo comparables a los “jalones evolutivos” que nos antecedieron y cuyo recuento hemos venido haciendo.
Porque si permanecemos inmóviles, instalados en una visión del mundo que se fundamenta y legitima en una experiencia, sin duda hermosa, pero ya sobrepasada ampliamente por nuestra ciencia y nuestra tecnología, no es extraño que experimentemos como una trasgresión cada avance del conocimiento que pulveriza una frontera. Prueba de ello la encontramos en nuestra manera de valorar la clonación, ese “fruto prohibido” de la ingeniería genética.
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Lo que la biología molecular que se pone en marcha en la segunda mitad del siglo pasado (siglo XX) nos enseña acerca de la vida no tiene comparación con nada anterior.
La vida es información, escrita en un documento biológico, el genoma, con el alfabeto molecular del ADN, constituido sólo por 4 letras (adenina, timina, citosina y guanina).
A lo largo de los Eones y desde su origen, la vida escribe a todas sus criaturas con el mismo alfabeto. Desde una simple brizna de hierba, pasando por un ciprés, un rosal, una ballena, hasta un ser humano tan complejo como nosotros.
Desde esta perspectiva podríamos definir la Transgenia como un espacio biológico que conecta todas las criaturas vivas del planeta.
En este campo la nueva ingeniería de la vida está haciendo emerger un increíble poder al permitir el intercambio de información genética sin límite, hasta el punto de hacer tambalear el Orden de las especies, los géneros, las familias y aún los reinos de la naturaleza, inaugurando así experiencias impensables e inimaginables en otros tiempos.
En el territorio de la biología estamos pasando del reino de la Necesidad al reino de la Libertad.
Sin duda, el poder creciente de la ingeniería genética nos enfrenta a la perspectiva futura de ser capaces de cambiar la naturaleza de nuestra especie.
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Pero la noticia más sorprendente que nos trae la ciencia del siglo XX se refiere a la muerte.
Las primeras formas de vida no estaban dirigidas a la muerte como lo estamos nosotros porque no tenían en su genoma la apoptósis, que es el programa de la muerte celular.
Según el relato de la biología molecular, el envejecimiento y la muerte eran desconocidos en los albores de la vida y continuaron siéndolo durante miles de millones de años, hasta la gran Revolución del Cámbrico, cuando la vida recibe “el beso de la muerte” acontecimiento evolutivo a partir del cual el sexo mismo queda inscrito, desde su origen, en la corriente de la mortalidad.
De modo que, también aquí, en lo que nos parece más evidente: la muerte como contemporánea de la vida, el pensar poetizante de la ciencia contemporánea nos enseña que las cosas no siempre fueron como las encontramos hoy.
En el horizonte de la evolución nada se puede quedar quieto y nosotros no vinimos al mundo a cuidar las cosas para que no cambien.
Todo esto que miramos tan estable no es lo último sino lo más reciente.
Y cuando consideramos los tiempos tan vastos que nos antecedieron, descubrimos que apenas acabamos de llegar y nuestra pirámide está, como dice Reeves, coronada con un signo de interrogación
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Desde la segunda mitad del siglo XX se está produciendo ante nuestros ojos y sin estruendo, una nueva oleada evolutiva: el devenir artificial de la vida.
Bajo la sombra de la antigua visión del mundo que, por más extraño que nos parezca, todavía prevalece, seguimos considerando la tecnología como algo por completo diferente a la naturaleza y, peor aún, en abierta oposición a ella.
Asumimos lo cultural como sustancialmente diferente a lo natural.
Estamos también acostumbrados a identificar lo artificial con lo falso. Distinguimos por ejemplo las flores naturales de las flores artificiales, declarando a estas últimas como falsas en relación con las verdaderas.
Es cierto que a diferencia del vuelo de las aves, el avión representa un modo artificial de volar, pero esto de ninguna manera significa que sea un modo falso de volar, así como el automóvil no significa un modo falso de moverse, ni el computador un modo falso de pensar, ni la reproducción in vitro un modo falso de reproducirse, ni el ciberespacio un modo falso de comunicarse...
Quién dijo, y por qué tendríamos que creerle, que:
¿El ámbito de lo artificial designa lo falso por oposición a lo verdadero?
Nosotros no podemos salirnos de la evolución ni sobrepasar la naturaleza. Ningún ser vivo puede hacerlo. No sólo no es posible sino que quizá no sea deseable.
Es la naturaleza misma la que, a través de nosotros, y dentro de los procesos evolutivos, está inventando nuevas maneras de volar, de moverse, de reproducirse, de pensar, etc.
Aquí y ahora, en nuestros días, asistimos a un nuevo movimiento evolutivo.
El Eón fanerozoico que comenzó hace 500 millones de años, está tocando a su fin.
Son muchos los eventos que dan cuenta de ello:
La Reprogenética (reunión de la Biología reproductiva, la Genética molecular y la Criogenia) es quizá el dominio donde se producen los fenómenos más inquietantes, tales como:
Una persona puede nacer muchos años después de haber sido concebida.
La procreación de individuos de una especie como la nuestra se lleva a cabo más allá de la muerte y del nacimiento de los progenitores, es decir una persona puede engendrar hijos después de haber muerto o antes de haber nacido, más aún, sin haber nacido.
Ya se avizoran en el horizonte los “hijos de madres que nunca nacieron”.
Para decirlo con otras palabras: En el momento de la fecundación los progenitores pueden estar en otra parte, haber muerto ya, no haber nacido todavía o simplemente no llegar a nacer nunca.
Todos nuestros antepasados sin excepción, para reproducirse mantuvieron relaciones sexuales con un miembro del sexo opuesto, en nuestros días existen personas para las cuales esto ya no es cierto...
Seiscientos millones de años después de su invención la relación sexual ya no es un requisito para la reproducción.
La reproducción humana era un proceso misterioso oculto a la vista de todos, dentro del vientre de una mujer, hoy la fecundación se lleva a cabo, por primera vez, afuera, a la vista, in vitro, no en la penumbra de un cuerpo sino en la transparencia del vidrio...
En la evolución de nuestros ancestros la reproducción surge ligada al sexo. Ahora se ha suprimido el lazo entre la sexualidad misma y la reproducción.
La reproducción en los mamíferos, a cuya Clase pertenecemos puede ya efectuarse no sólo sin relación sexual, sino al margen de la sexualidad misma. Es decir sin fecundación. Sin acudir a las células germinales sino por replicación de células somáticas de cualquier tipo. En otras palabras la naturaleza a través de la clonación (caso Dolly) está haciendo ingresar por primera vez a las células somáticas en la corriente de la inmortalidad.
Por el camino –menos pensado- el de la Reprogenética, la naturaleza está inventando nuevas maneras de reproducirse. No falsas sino diferentes maneras de hacerlo. Ya no in vivo sino in vitro.
No deberíamos extrañarnos y mucho menos escandalizarnos ante una reproducción sin sexo como si estuviéramos comiendo un fruto prohibido.
No deberíamos atemorizarnos como si estuviéramos violando un orden establecido desde siempre y para siempre.
¿Por qué? Si sabemos que no siempre hubo sexo. Que el sexo llegó tarde al juego de la evolución y vino ligado a la muerte, la cual tampoco es contemporánea de la vida.
Ni uno ni otra son originarios. No estuvieron antes y posiblemente no estarán después.
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Por otra parte y como si esto fuera poco, a través de la Transgenia han empezado a medrar, en otra oleada de vida artificial, nuevas formas de vida en la materia, aunque todavía en el carbono, es decir basadas en el ADN.
El intercambio de información genética está haciendo emerger nuevas entidades vivientes tan extrañas y fascinantes como la papa-araña, (papa de la que se extrae tela de seda de araña) el ratón-medusa o ratón fluorescente, (ratón transparente portador de genes de medusa) la alfalfa sangrienta, (campos de alfalfa donde se cosecha sangre humana) la planta de tabaco-luciérnaga, (planta con genes de luciferasa que se encienden y apagan como las luces en un árbol de navidad) los ratones vegetales, la escherichia coli insulínica (bacteria que produce insulina humana) etc.
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Las nuevas tecnologías, fundadas en ciencias radicalmente nuevas, no sólo sobrepasan nuestra capacidad de entender e imaginar sino también, y de una manera irreversible, nuestra propia condición humana.
Este acontecimiento, -suavemente tecnológico-, está promoviendo la emergencia de una nueva especie terrestre de la cual somos primitivos y a la que bien podríamos llamar homo sapiens ciberópticus
La vida sobre la tierra no volverá a ser jamás como la hemos conocido.
El devenir artificial del mundo es el más reciente acontecimiento evolutivo. Y poder ser parte de esto, es un verdadero privilegio y no una desgracia como piensan muchos
En lugar de quejarnos, deberíamos asumir la plenitud de una época, tan rica en realidades y promesas. Y si aprendiéramos de nuevo a asombrarnos en lugar de escandalizarnos, cada uno de nosotros podría decir lo que dijo Aldoux Huxley en el siglo pasado:
A pesar del dolor y de la muerte,
y de todos los horrores que nos rodean,
este universo es válido...
y me embarga un sentimiento de intensa gratitud
por el privilegio de estar vivo
en un universo tan extraordinario,
tan maravilloso.
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1 comentario:
me parece muy largo y aburido creo que deberian acortarlo y explicar el tema central en vez de meterle tanto floro que aburre a la gente y ni siquiera le ponen graficos... no ps.
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