sábado, 17 de marzo de 2007

Los olvidos de la psicología

Por Orlando Arroyave
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En el breve tiempo que tengo, pretendo poner a la psicología misma como problema, a través de un diagnóstico y unos interrogantes centrales a esta disciplina. No pretendo con ello reducir a la psicología, sino compartir con ustedes unas inquietudes que pueden ser tomadas como injusticias, pero que pretende ser algo distinto a esto. Con precisión, serían más unas inquietudes-diagnóstico para posibilitar pensar hoy la psicología.

En primer término, hay lo que yo he denunciado en otros espacios académicos y aún en la prensa, una banalización de la psicología. Por tal entiendo, una popularización de la psicología, incluso su difusión mediática, sin el rigor de los conceptos. Eso no significa que los conceptos de la psicología debieran permanecer en la sombra del lenguaje técnico o del iniciado, sino que el psicólogo no puede prestarse a difundir recetas, fórmulas prácticas o existenciales, sobre el amor, la “autoestima”, etc., como si se tratase de conceptos científicos, cuando lo que difunde son sus prejuicios o los del grupo social al que pertenecen (estos conceptos son productos dulcificados por los rigores del mercado).

Esta banalización de la psicología, en que se confunde discurso intrascendente y sin ningún rigor, con una cháchara propia de los periodistas, y donde la psicología es convocada a pronunciarse de todo, le ha dado popularidad a costa de su disciplina. Los libros de autoayuda expresan esta tendencia de la psicología.

El segundo aspecto a considerar, yo lo denomino como la enfermedad del pragmatismo ingenuo. Hoy todo se hace con rapidez; se lee rápido, se come rápido, se camina rápido... Estos hábitos, olvidan la pausa, el acto tan vital como es el de pensar. La búsqueda de la rapidez y la utilidad, conduce a considerar que todo lo que conduzca a explorar un concepto, a disfrutar un acontecimiento estético de lo que se denominaba la alta cultura, es visto como un extravío o una extravagancia. En los primeros semestres, estudiantes que ni siquiera saben leer o escribir, exigen que “profesor, no hagamos tanta teoría sobre la personalidad, sino enséñenos cómo se debe intervenir sobre la misma”. Esta expresión ingenua, es el eco de una exigencia social actual, hacer énfasis en lo “práctico” en detrimento del pensar. No es gratuito entonces, que hoy la psicología continúe expandiendo su influjo social, sin un aporte novedoso a la sociedad, tanto teórico como práctico.

Un tercer aspecto, lo llamaría la expansión política de la psicología. La psicología como profesión y como doctrina se expande, coloniza otros espacios antes inimaginables, de nuestra sociedad. Y esto es importante, pero podríamos preguntarnos, ¿a costa de qué? O más, y siendo tenuemente irreverente ¿para qué? Es decir, cada vez se abren más programas de psicología, mas podríamos explorar por la calidad de los mismos. Tanto de los que forman como de los egresados. Podemos decir con orgullo que ha triunfado el discurso de la psicología, su radio de influencia, mas esta difusión, y hablo concretamente de nuestro medio, no se manifiesta en un engrandecimiento de la disciplina psicológica como renovado saber científico y humanístico. A lo sumo, verificamos sólo lo que hacen en otros lugares.

Un cuarto aspecto, y se desprende de lo anterior, y es la excesiva profesionalización de la psicología. Me explico, hay un énfasis cada vez más importante a privilegiar sólo la formación de profesionales, dejando de lado la formación de científicos de la psicología, o, utilizando una palabra un tanto pretenciosa, de pensadores de la psicología, la sociedad, el mundo, etc.

Un quinto aspecto, y que es consecuencia de los cuatro anteriores, es la tendencia a formar psicólogos toderos, a ser, como se afirma en la jerga actual, competitivos. La pretensión no es, desde mi reproche, a volver a la superespecialidad, sino a señalar lo ilusorio de un plan de estudios que pretenda atender a todas las fluctuaciones del mercado, a todos sus caprichos, a calcular todas las demandas sociales que se le hacen al psicólogo. Eso no significa que no se pueda formar profesionales que puedan atender a diversas demandas, a diversos frentes laborales, mas esto tiene sus límites.

Por último, quiero señalar, y quizás es marginal en la secuencia de lo propuesto, algo que está de fondo en esta lectura, y es mi utopía, que es a la vez mi concepción ética y epistemológica. Esta utopía la puedo resumir así: un psicólogo inquieto por la ciencia, en general, por la ciencia, su ciencia, en particular, que no olvide la formación humanística, aquello que llamamos no sé si con palabras viejas, filosofía, literatura, estética. Un psicólogo que pueda pensar, preguntarse, ir más allá del deseo de un estatus social o la apropiación de una nociones teóricas o técnicas y su aplicación en una sociedad. Un psicólogo que indague, pregunte, que haga suya la frase de Heidegger, para quien asumir las preguntas que son la devoción, la oración del pensamiento humano.

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